Eran sus pasos en cada charco lo que delimitaba su horario, vivía según sus reglas y era lo más encantador que existía. ¿Cómo no hacerlo?
Tenía que huir de todas esas historias que aún corrían tras su cuerpo, sin respuesta, sin solución, con heridas de muerte.. Marcando pasos y sintiendo el dulce sonido de la lluvia cayendo en su paraguas llegó hasta el lugar exacto, ese que marcaba el punto de inflexión en su vida, ese en el que alguien había decidido empezar una venganza dulce y eterna que la perseguiría de por vida.
Se sentó al filo de ese puente, pensó un "¿por qué?" rutinario y deslizó sus dedos sobre ese colgante, que jamás arrancaría de su cuello, que le había regalado..
Su valor y su libertad fueron despreciadas, la verdad se esfumo con esa brisa removiendo sus lágrimas.
Al fin y al cabo, la venganza más dulce y satisfactoria es la ignorancia, para los más fuertes, el odio.
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